Wednesday 11 December 2013

Vivir mi muerte contigo


No es lo mismo ser un parapléjico que llevar la silla de ruedas dentro, en la cabeza. Físicamente, es imposible no ser parapléjico, pero loco, dado que es una identidad radical individual, un contexto propio aunque externalizado, se puede pretender ser uno igual, parecerlo por lo menos. Luego, todo resulta mucho más complejo... Por eso siempre prefiero guardar una intimidad fuera del teatro para rebatirse, hasta llegar a impugnarte, si es preciso. Hablar en ese dominio reflexivo, pero claramente; de cómo gestionar fallos, taras, defectos, incoherencias. Creo, que entonces, dimensionado, y entendido de algún modo que sufres un trastorno mental inevitable pero del que no tienes culpa, usando de la irrenunciable psicofarmacología y, si se da la circunstancia que fijada la conciencia ésta revela una desidia impracticable, aceptando igualmente el apoyo transitorio de un entorno con acicate sin que tenga tampoco porque excederse al extremo de ser un impeler sofocante, es sin duda factible volver a reintegrarse; y exigirse, de nuevo, pasando desapercibido, como uno más; dejar atrás la mayor o menor dependencia sobrevenida por la desconexión con un proyecto vital propio (espero no sea mi caso, poder revertirme por mi mismo, pero es que lo demente desnivela mucho). Incluso al final, seguramente, poder reírse con saña del pasado prescrito. Rabia que no desvirtúa el haber adquirido un cierto aire interior de solipsista abstracción escéptica, algo mirado pero necesario frente a cualquier otra influencia subjetiva que se desconfine y brote con sensación transparente y autosuficiencia, pues combate esa certidumbre del monstruo locura, convirtiendo su probable aparición en un mero encuentro, objetivo pero condicional. Reírse también, aunque con mucha menos condescendencia, con sorna escapista, de todo el submundo loquero que hoy conlleva tratarse, apostatando de su intercesión entrometida, tan poco fría y garantista; donde lo de menos es contar con el parecer del afectado, aunque se esté lúcido para hablar. Porque ahí es donde creo deberían poner el acento del activismo contra el estigma los familiares. Después se me tachará de neoliberal, pero principalmente en acceder al mercado laboral; en general, propiciar todo lo signifique tu singular autogobierno, más o menos adaptado pero por ti. Empezando por reclamar acotar el aún ilimitado estado de excepción sobre, en esencia, comportamientos eventuales; conductas que, en todo caso, se desarrollan en una pertenencia que no puede ser arrebatada, la de uno mismo. Permitir, entonces, ir dando los pasos de la recuperación tú, en sentido estricto, sin desvalijar por completo tus derechos; interviniendo sin la suficiente revisión judicial, como si tu mente fuese un trozo de carne, en algo tan sensible que sigue sin poder evitar necesitar de ti mismo para concitar tu propia voluntad. Desde luego, se puede facilitar seguridad pero sin quebrantar el riesgo, interesadamente. Desentendiéndose, con firmeza, de la sobreprotección. Es decir, de modo consciente. Porque ese vasallaje no le sienta bien a nadie: aparte de ser moralmente execrable, es obvio que es disolvente para la personalidad. Puede que a veces sea necesario, por ejemplo, ir al domicilio particular, por qué no; si se recurre a ello como último recurso, y no violentando el personalísimo espacio privado de cada cual, es una opción en puridad válida. Pero el desguace de un rescate más forzado y victimista te transforma en un superviviente, cercenando tu capacidad futura de ser uno más. Obrar sin el elemental respeto anestésico que minimice el tormento de amputar quirúrgicamente al cuerdo su deformidad loca y/o negarle sus restos de identidad, convierte esta acción coercitiva en ilegítima. Por el resto, circo es circo. Ya lo comenté en algún otro sitio, que a mucha gente, su vida, es mal muy común, les parece inconscientemente “poco elevada” y un engorro, por lo que encuentran una huida pasajera, pero eficaz, en la ficción ajena más inverosímil, o en la telebasura. Nada sin irse mucho más allá. Para que luego vengan los de siempre con sus buenas costumbres a controlar no se hagan adictos al gimnasio... A veces, creo, es necesario imponer tolerancia, pero, con franqueza, mejor no tener vocación para dirigir gustos de nadie, aunque sean perversos.