Monday 15 September 2014

Parte de un todo

España es una pequeña Europa (aquí). Ese quid. Como Europa debería ser una pequeña Occidente, los de sus valores de prosperidad, y este Occidente, de progreso, aún otra pequeña parte presente de la humanidad, la construida a partir del optimismo de su mayor igualdad benéfica posible. Me parecería pavoroso que una democracia moderna recorriese ahora el camino precisamente inverso. Que una mayoría fuese autorizada a votar el asalto, el ostracismo y el exilio de los interesadamente considerados como otros. Desvinculándose de la relación de conjunto, auspiciados en el esperpento de decir que viven en una colonia. Legitimando, a estas alturas, de siglo, de innegables avances cívicos, de integraciones, una nueva xenofobia. El retrógrado imperio de la cultura de la sospecha. Tanto o más insolidaria que el mito de no agresión, pasiva, de un presuntamente originario individualismo descreído aunque pretendido socialmente soberano. Creo que ningún progresismo debería renunciar a plantearse de forma consciente la disgregación radical de estos colectivismos atomizadores y sentimentalmente irracionales. Por ejemplo, llevando las autonomías a su lugar natural, las ciudades. Consiguiendo una amplia y factible descentralización del poder, por supuesto necesaria, pero por fuerza inclusiva, situada dentro de un estado marco genuino, común, desnacionalizado, basado en derechos universales y sin fronteras. Porque ceder hoy a la creación de redivivas islas aislacionistas, es reaccionario. Justificar el ensimismamiento en mitos frentistas. Ir hacia atrás. A un pasado muerto. Y de muertos. El futuro pertenece a una aldea ciudadana. Yo creo en ello.

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