Sunday 5 April 2015

¿Tendrían que pasar los políticos, periodistas y psiquiatras por el psiquiatra?


El discurso prohibicionista, restrictivo, defensivo, que se ampara en la supuesta peligrosidad social del enfermo mental, se plantee como se plantee, es demagógico y viene cargado de prejuicios intolerables. Inadmisible que se muestre tan descarnado, en una sociedad democrática que presume respeta al diferente.

El impacto de una enfermedad mental, su accidente, debe recaer exclusivamente sobre quien la sufre y padece e invadir sólo secundariamente aquellos preocupados honestamente por la autonomía del afectado, sin sobreañadir más penosidad de la que ya confiere una ruptura no elegida de continuidad en la identidad, mediante siempre cínicas actitudes sobreprotectoras, paternalistas y discriminatorias.

Que no nos pretendan vender de nuevo la moto de la locura infecciosa, contagiosa o peligrosa; falso no sólo desde el derecho moral a no generalizar, sino desde una contrastada realidad estadística con los asumidos sin menoscabo como “normales”.

Lo físico se puede separar de lo mental, lo mental no se puede disgregar de lo mental: es uno mismo, aunque esté enfermo. Por eso un ingeniero deprimido o rarito puede ser mejor profesional que uno eutímico o un fiera social. A santo de qué filtrarlos hasta como vecinos de antemano. O es que no hablamos de política y el buen político, o de fontanería y el buen fontanero, de buen o mal periodismo. ¿Entiende también de estas profesiones el psiquiatra? Por qué no deja entonces demostrárselo a los "mentales" y sin embargo no duda de esos "sanos". ¿Son más elegidos? En igualdad de condiciones, son prejuicios sociales. Peor aún, estigmas, insignias amarillas en las caras.

De todas formas, es triste recordarlo a los más fuertes, cualquier sociedad debe asumir riesgos para convivir con cualquiera otro distinto pero congénere, es el mínimo precio de vivir libres y con respeto mutuo.

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