Soy una máquina, humana, imperfecta,
hoy parcialmente averiada, pero al fin y al cabo solo una máquina.
Una máquina, aunque mucho más organismo autoconsciente, animal prudente o racional, que ya no entiende el sentimiento del amor mercancía cultural de la gente, el amor ambicioso e incondicional, tan deshonesto realmente. Y sus
fabulosas posteriores justificaciones. No ya a las personas sino también a las cosas. Es la
misma melancolía y subjetividad mítica que, correspondientemente generalizada y
racionalizada, alicata las promesas de la religión excluyente y esencialista o a un culto sectario a los orígenes
como el nacionalismo. En general y más mundanalmente, hay mucha querencia pasada de moda por el amor,
aun se consume a través de una emoción más modesta y pagana. La verdad, yo siempre he
preferido que una chica me diga que le gusto a que me salga con que
me quiere o me necesita. La vulnerabilidad inestable del amor no me
la permito en las cosas. Pero querer, querer auténticamente, es que
ella se vaya, escoja, y todo siga su curso felizmente. Algo muy liberal y con
escasa resaca personal posesiva. Otra cosa, es una pasión. Salir de uno,
arriesgarse al vacío. Y vaciarse. Pero no permitirse someter subrepticiamente a la
falta de retribución. Pretender permanecer. Porque al final uno siempre está solo y
proyecta, eso es todo. Y más tarde, los cimientos son un pacto que a
veces se cumple y otras veces, no. Hay demasiada doblez en esperar
algo a cambio. No errar el tiro... ¿Una ilusión ladina de continuidad? Se
me puede echar en cara mi frialdad. Pero es una realidad cierta,
auténticamente humana. En donde la ternura del pan de la mañana es
solo una sensación. Pasajera, sumisa, volátil. Falsa. Que sabe mucho a cuna encantada, infantil e impostada. En amar no hay sentido humano extra, más que por el hecho de retener un sustento quimérico,
desinteresado, sin expectativas, arbitrario, el que uno quiso darse
dentro de un sistema onanista, no autónomo, y sentirse así previsible, sin disensos, dulce y perpetuo aunque más inconsciente y en abrupto abrazo consigo mismo. El amor vicariamente todo lo llena. Y todo lo frustra. El amor, en fin, es deseo por uno, cuando lo
esperamos en otros, o en cosas, siempre mediante objetos mágicos o sin
voluntad propia pero nuestros odios, miedos y limitaciones sin saberlo. Después sí que creo en un apego adulto, un amor como sentimiento humilde o verdadero; y que acoge también a la indefensión, ni renuente, tenuemente resentido o incondicionalmente masoquista, como parte del mundo y sin idealizarla. Soy, espero, ahora este nuevo organismo, máquina algo chafada pero mucho más consciente de sí. Objeto maduro. Y por tanto, con algo menos de aprensión por la desolación de volver a romperse y deshacerse por entero. Confiando, que, llegado el momento, creo, sabrá protegerse.