Pienso que, en general, se vive y estudia demasiado de prestado. Siempre
me impresionan todos los cuerdos que se apoyan, o incluso dogmatizan,
en su suspendida e incontrastable cordura. ¿Conocen empíricamente la
locura? Desde luego que creo que la locura es una tormenta biológica, una
anomalía, sin duda una exagerada distorsión, pero también reconozco que se me hace imposible poder creer en alguna cordura concreta desconociendo eso, qué es no tenerla.
Habitualmente el simio
humano se obstina mucho, tanto como inversamente se teme en el lugar equivocado. Un
miedo inventado, que no otra cosa porque rara vez va a hacer nada por
traspasarlo, ni a este miedo supuesto ni a su consecutivo grito obsesivo de ¡resiste! Viviendo sin más, mirando a una línea que nos imaginamos del suelo, ciegos. Y si alguien cede un poco, guárdate del consejo que des a tus propios hijos.
En el fondo el dialogo permanente de este hombre
irreal es un inmenso artificio sumiso, con su propio yo. Y en donde a veces
huyendo de la propia huida, convertido, como no puede ser de otra manera, en un dios sin excusas sobre los otros, con los que siempre se compara, absurda pero antitéticamente, parece que es capaz de decirse que sí. Cuando sabe que sólo sigue imaginándoselo. Ver auténticamente aquello que es intocable, contrastarlo impregnándose, con su propio barro, es decir, realmente. Consigo mismo, poco o nada nos soportamos.
Vade retro. ¿No es por completo
absurdo? ¡Vamos a morir todos juntos!
Hay quien por lo menos escarba en sus propias preguntas y no pretende leerlas
en los demás, para luego recitarlas o sonsacarlas, fascinado, de cualquier
biblia apócrifa, que es aún peor, lo reconozco.
Las drogas sirven muchas veces para esto, de entregarse y romper las defensas que
irreflexivamente nos obligan a no experimentar respuestas, a conservarnos en tercera persona. Ya digo,
porque es así y hay que hacerlo y es lo establecido. Callárselo aun no habiéndolo
experimentado. A pesar de que pueda ser de una colisión y no de un espacio. Incluso de que luego, bastantes,
que han probado su fuego, que dicen que es propio, febles, desolados, caigan en el abandonado
solipsismo. Añorando no hacerse fielmente masajes los unos a los otros. Porque eso no era el vacío.
Nuestras evasiones y
proyectos, descomunalmente fabriles, en donde poder darse el pego de qué gigantes somos, sí que son huecos materialistas verdaderos, sentidos perfectos pero ajenos.
Demasiadas veces morimos siendo incógnitas fantasmas, en nosotros mismos,
por dentro, espíritus vanos a lo sumo como dueños de un coro cómplice que sigue
haciéndonos extraña y perpetuamente murmullo.
No solo existe la falta de reciprocidad. Y me gustaría estar más intacto, es cierto. Sin embargo, creo
que ya no vivo con aquella quemazón. Intrigarse
tanto puede igualmente llegar a ser una ambición tan caleidoscópica como tonta. Pero ahora sé que me hablo con propiedad ja!