La realidad
habitualmente es posible definirla, a efectos prácticos, reales, únicamente como una
proporción regular estable bajo condiciones constantes. Pero una proporcionalidad universal que intuida es
comúnmente adulterada, activa, obstinadamente, por ejemplo mediante
algún tipo de pensamiento mágico y subjetivo que embellece, idealiza y justifica esta porfía deformadora; o directamente a las bravas, ejerciendo poder y coerción sobre
nuestras impresiones desagradables, que ubicaremos, sin duda, en
nuestro exclusivo exterior; o sino, paradójicamente, inhibiéndonos conscientemente de pensar hasta las últimas consecuencias, soslayando cobardemente su consustancial y natural exhortación.
La ciencia, y por ende la economía, son sin embargo un
inconformismo individualista, un límite inquieto a lo fantásticamente
personal, al deseo, siempre tan arbitrario, un denuedo por lo objetivo. Empeño por conocer pero a nuestra costa. Cuasiavaricia por desentrañar
lo decididamente físico. Energía inteligente. Aunque ardua, fría y analítica. Oportuna y activamente posesiva desde luego. Predictivo
constructo que acierta a capturar dentro de un rango de error a un
objeto desprovisto del sujeto que lo construye. Nunca un ser, sino materia confinada.
Ciencia, verdad y
materialismo simple y sencillamente, con todas sus precauciones y
consensos. Sociales pero críticamente establecidos, desde fuera del relato de sí misma. Porque saber es poseer
racionalmente entre pares, creando, una vez confirmada, la mayor obra
útil colectiva. Pero, en todo caso, una actitud ante la realidad. Radicalmente individual y audaz.
Me quedo, concluyendo, con esta idea confiada y también realista:
no esperar la mayoría de las veces que haya ninguna catástrofe moral si nos conformamos y obviamos el esfuerzo en general. Pero que luego, muy
probablemente, todo sea lo contrario de lo que hubiéramos querido.