Saturday 15 September 2018

Falso negativo vs estigma impracticable

Cumplo 28 años. El jefe del servicio, impasible, me da alguno de los tirones de orejas de rigor. Decir me siento abrumado es excesivo, simplemente me parece condescendiente. Salvo por esa subterránea indignación, yo no siento demasiado. Me he autodiagnosticado y el nombre técnico que utilizo es anhedonia. Aunque ellos prefieren llamarle “anestesia afectiva”. Soy incapaz de llorar. Siento una impotencia inescrutable, pavorosa. Y un halo, un brillo raro que me desconcierta. Me ven deprimido, yo me siento atrozmente insensible. He estado un mes retenido pero han evitado darme un informe. No se lo he exigido. Supongo tienen dudas. A mi hermano le han dicho que no quieren hacer profecías. Pienso en nada, me bloquea este insólito estupor. El médico que me sigue ambulatoriamente -no se ha presentado en la sesión clínica programada-, se disculpa y con su sorna y descaro característico me espeta si aún apetece ir de plañidera al show de Isabel Gemio. Paradójicamente no me cuesta reaccionar ante este pretendido trato asertivo. Me digo hacen caso y “activan”. Creo me dejo impresionar por su estatus. Aparento una inteligencia y modales en las consultas que íntimamente dudo nunca poseyera. Pero percibo ya el doble rasero. Un soterrado nihilismo que me contamina. Así que quiero intentarlo solo, por mi cuenta. Dejar definitivamente la medicación. Vuelvo a trabajar durante una temporada, pero a encadenar recaídas en un desenfreno ególatra, absurdo y desprovisto del menor límite circunstancial. Con la vaga esperanza de que todo remita sin más. 10 años después me he desanudado y despresurizado sin remedio. Algo con lo que yo no contaba.

Dos años antes de este ingreso por depresión, aún trabajaba de repartidor y fregando platos. En un restaurante del centro, al lado de la facultad donde estaba matriculado. Si casi no asistía a clase y pasaba las tardes en la biblioteca general leyendo libros de psiquiatría, reconozco tenía una intensa vida social, en las cafeterías y bares de la ciudad, antes y después del trabajo. Amigos y amigas con los que me dedico a departir, disfrutar y “vivir” sin esperar a mañana. Ni tenía regladas revisiones ni se me suponía ningún perfil de “cronicidad”. Con 23 recién cumplidos, en mi primer episodio, luego de ingresar virtualmente desconectado, recuperara de manera súbita la lucidez sin precisar medicación...

¿Además de mi temeridad, me condicionó esta inicial benignidad? Seguramente…. El estigma impracticable no me ayudó nunca a asumir otra cosa. A tomar mis pastillas y hablar de ellas y mi enfermedad con serenidad.


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