Tuesday 7 May 2019

Diálogo político e introspección

El destino sobre todo es un lugar entre el pasado y el futuro. Un destino que debería ser autónomo, auténtico y pacífico. Estando [en principio] a favor que se formalizase por ley una mínima redistribución estatal [una tasa progresiva] sobre el acaparamiento sin medida de riquezas capitalistas (pacto social, está bien señalarlo, que nuestra constitución ya recoge), de desmedidas concentraciones de bienes que al parecer acaban hasta por enseñorearse frente a las rentas generales del trabajo (convirtiendo en un punto fijo la desigualdad en incluso el que se esfuerza con denuedo en prosperar), ciertamente cualquier bienintencionada y no autolimitada tutela, el pretexto de sobreprotección al ciudadano, desemboca (no solo el mercado envilecido) en institucionalismo feroz: totalitarismo que cierne sus tentáculos sobre el expropiado individualismo.

Porque a fin de cuentas, equilibrio y término de todo es el sujeto psicológico. El sujeto que se recibe o apoya desde fuera, pero con neta capacidad de sentir y decidir desde dentro. Lo existente es desde luego un hecho íntimo. Por supuesto, nada más reconfortante que la compañía recíproca; o despedirse en el irremisible adiós con el afecto pleno de tus (propios) seres apreciados, deseados y queridos. Reconocible, en concordia y realizado. Es factible. La vida es más amable y propicia no exactamente en comunidad, sino en sociedad. Mediante un destino libre en semejanza. O en semejanza pero libre.

Creo que entender nuestra naturaleza subjetiva así, en cierto modo gestionada, individual y común, tiene más recorrido real que cualquier otro relato sociológico e ideología. Aparte universal y fluida, porosa y compartida, una consistencia formada a partir de uno y sus nexos interiores.

Seguir censurando, por tanto, el materialismo social más fundamentalista, mesianismo colectivo, irresponsable desafección hacia el considerado más individualista pero independiente, racionalismo intelectual que resulta en adalides de criterios morales gregarios y supuestamente benéficos tan intolerantes que se arrogan el derecho de ser los exclusivos dueños del imprescindible flujo (libre) de la conciencia (siempre líquida y personal).

¿Todo esto mío, ya puestos, no será más que el reflejo de un sobrevenido dogmatismo progre y enajenado, la demostración retrospectiva de un juicio inconsciente y hostil producto de una atomización psíquica que no acaba nunca de remitir? Pienso que no, ya que mi experiencia de recuperación alberga también la convicción conciliadora de que un hombre satisfecho y libre, consciente de sí, se auxilia y respeta a sí mismo, al medio y al otro al margen de cualesquiera clichés sociales. Aun sin conciencia de clase, ni tan pijo y solitario como para no dar cuenta de otra dignidad, más confiada y desacralizada, que acierto mejor a discernir.


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