Tuesday 8 October 2019

Sin solución de continuidad (II)

Fue la última vez que me sentí absolutamente cuerdo. Lo percibo bien. Era un cenit. Después de tanto tiempo aún acuden a mí límpidos recuerdos, fruto de una estructura mental en su momento sin deformar, de los utilísimos consejos impartidos en las clases para aprobar el carnet de conducir. Teníamos un excelente instructor que era aparte el padre de un excompañero del instituto. De naturaleza autosuficiente pero benigna en aquella autoescuela creo me sentía como en casa, exhibía sin complejo el peculiar tinte excéntrico y espontáneo me caracterizaba y que supongo solo pretendía una relación solícita con las personas que no eran del todo mi verdadera familia.

Durante las explicaciones me encendía desplegando vehemente indignación al socaire de extravagantes aspavientos que daban cuenta de cualquier contradicción del código de circulación. Si llegaba a ser extemporáneo prestaba escrupulosa atención a las precisiones teóricas de nuestro ideal profesor. [Para la mayoría] pese a estar henchido de [rara] vanidad, era buena gente y caía simpático [sino habría sido ya algo más timorato entonces].

Escucha a las chicas y tiene algo, decían además las novias de mis primeros verdaderos amigos. Chicas que en la facultad, tenía 21 años, se dejaban seducir por bobas y extrañas cartas. Fuera como fuera, la vida prometía un plácido y soleado porvenir. Ni manía o depresión, mucho menos un futuro de paranoia y alucinación.

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